Brittany Maynard, de 29 años, sabe que va a morir en dos días. O la mata el cáncer terminal que lleva en el cerebro o se suicida de manera asistida. El plazo, dice, es el 2 de noviembre.
“Si llega el 2 y no he muerto, espero que mi familia siga estando orgullosa de mí y de mis decisiones”, dice en un video grabado entre el 13 y el 14 de octubre y que presentamos con esta nota.
A Brittany se le diagnósticó un tumor cerebral del tipo glioblastoma en enero pasado y dice estar dispuesta a tomar un medicamento recetado para morir cuando el dolor se le vuelva insoportable. Para eso tuvo que mudarse del área de San Francisco, donde vivía, al estado de Oregón, donde la eutanasia es permitida.
Ella quisiera dejar como legado que este tipo de muerte pueda ser una opción para los pacientes terminales, mientras los que se oponen aseguran que hay otras maneras de aliviar el sufrimiento.
Maynard ha estado participando activamente en el grupo llamado Compasión y Decisiones para recoger fondos para la campaña a favor de la eutanasia. “Mi meta –dice— es, por supuesto, influenciar esta política en favor de un cambio positivo y quisiera ver que todos los estadounidenses tengan acceso a los mismos derechos de salud”.
Antes que ella, el patólogo Jacob “Jack” Kevorkian se hizo famoso en los años 1990 cuando defendió el derecho a morir con la ayuda de un médico.
En 1999 fue arrestado y enjuiciado por uno de esos casos, y fue hallado culpable de homicidio en segundo grado. Cumplió siete años de una sentencia de 10 a 25 años de cárcel y fue liberado con el compromiso de no ayudarle a nadie más en este tipo de suicidio. Dijo haber participado en la muerte de por lo menos 130 pacientes terminales.
Kevorkian murió en junio de 2011. Uno de sus frases famosas fue “morir no es un crimen”.