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"Cenntenials" chilenos se suman a protestas exigiendo nuevo modelo sociopolítico


En las imágenes provenientes de las incendiadas calles de Chile hay algo inusitado. Muchos de los jóvenes que se enfrentan a pedradas con los soldados son más jóvenes de lo acostumbrado. Casi niños.

Muchos son parte de lo que se conoce como 'Centennials', una generación nacida entre el 2007 y el 2015 que no conoció un mundo sin internet, que compra por internet, que encuentra y termina amistades y romances por las redes sociales, que en lugar de escribir, envía emoticons y que, al igual que sus padres, pretenden cambiar el mundo, pero ahora lo hacen un tuit a la vez.

Muchos de los protagonistas de las protestas en Chile traen la rebeldía en la sangre, son los retoños de los chilenos más jóvenes que en los 1970 se enfrentaron y fueron perseguidos por la dictadura de Augusto Pinochet. Han heredado de sus padres el discurso revolucionario de la izquierda latinoamericana. Y sus mensajes los diseminan al mundo a través de las redes sociales, logrando que sus convocatorias sean altamente efectivas.

Recitan además de memoria una serie de demandas políticas para el gobierno, para obligar al presidente de derecha, Sebastián Piñera, a quitarse la camiseta de libre mercado y de un Estado pequeño que es facilitador, aunque no proveedor, y ponerse una camiseta con la imagen del “Che Guevara” al adoptar medidas de corte socialista que han sido implementadas en Cuba y Venezuela.

Y aunque Piñera anunció aumento al salario mínimo y a las pensiones, reducciones al transporte y las tarifas eléctricas, mayores servicios médicos y medicinas más baratas, la suspensión del Estado de Excepción y la renuncia de su Gabinete en pleno, eso ya no es suficiente y no detendrá las protestas que ya están afectando la imagen pública del país más desarrollado de América Latina. El viernes, la firma de inversiones estadounidense JP Morgan, recomendó a los inversionistas vender sus acciones en empresas chilenas ante la inestabilidad que amenaza al país sudamericano.

Los opositores en Chile van ahora por el todo. Y los jóvenes repiten la consigna. Exigen que se convoque a una Asamblea Constituyente que redacte una nueva constitución que contemple una serie de medidas de corte socialista como la nacionalización de las minas, de los servicios de energía eléctrica y agua potable, la eliminación de las administraciones privadas de los fondos de pensiones, y la calidad y gratuidad de la educación primaria, secundaria y universitaria, entre otras.

“El gobierno fue miope en no abrir los ojos y muy sordo de no escuchar a su pueblo”, dice Natalia, una socióloga y madre de 46 años que pide no ser identificada por su nombre completo. Creció bajo la dictadura de Augusto Pinochet y ahora no sólo permite que su hija participe de las protestas, sino que incluso la acompaña.

“Como socióloga creo que la juventud ahora tiene conocimiento de lo que pasa en nuestro país)”, explica Natalia. “Ellos son hijos o nietos de personas que vivieron la dictadura. La desigualdad los lleva a buscar información anexa a la que vemos en la televisión. No quieren más injusticias y piden cambios a un sistema sumamente rígido”.

Su hija Josefa, explica que ella se involucró en las protestas porque la realidad del país afecta a su familia y “desde pequeña he vivido con los ideales de cambiar la situación y he decidido involucrarme para lograr ese cambio, que ese petitorio se lleve a cabo”.

A sus 16 años, cursa segundo año de secundaria. Estudia en el Colegio Latino, un colegio que según sus palabras “está en la mira porque es muy, muy de izquierda”. Ha vivido los efectos de las bombas lacrimógenas, el aullido de las sirenas de los vehículos policiales y militares, el estruendo de los disparos, las lágrimas de los heridos y la indignación de los manifestantes. Un primo suyo recibió un disparo de escopeta y un balín por poco le hizo perder un ojo. Pero nada de esto la disuade. Más bien, la motiva a seguir.

Y al igual que los 'Centennials', usan las redes sociales para informarse, para hacer llamados a las protestas, para denunciar atropellos de los militares y para burlarse del gobiernos y sus funcionarios.

Felipe, de 18 años, estudia el tercer año en el Instituto Nacional, cuna de las protestas. Fue ahí que los primeros estudiantes se tomaron el colegio en protesta por el aumento en el transporte. Dice que se sumó a las protestas pues la situación del país amenaza la estabilidad económica de su hogar.

Su padre, con su salario de funcionario público, les ha podido proveer un buen estilo de vida. Pero eso se ve amenazado por lo que consideran pensiones sumamente bajas. No tiene claro cómo hará para pagar por sus estudios universitarios, pues en Chile, las carreras más baratas cuestan alrededor de 4.000 dólares al año. La más cara, Medicina, ronda los 8.000 dólares al año.

“Aquí para estudiar uno tiene que endeudarse con créditos bancarios”, explica. “Luego tiene que trabajar durante años para pagar esas enormes deudas”.

Lo que más le ha dolido en los últimos días sin embargo fue haber encontrado a su madre llorando en casa por el temor de que vuelva a repetirse la pesadilla que los chilenos de su generación vivieron bajo Pinochet.

“Me dolió muchísimo verla llorar. Y yo la abracé tratando de consolarla, de calmarla, pero sentí una enorme impotencia por saber que no está bajo mi control resolver la situación”, explica Felipe.

Su familia sufre porque hace un año le diagnosticaron con cáncer. Los seguros médicos no lo aceptan por tener “una condición preexistente”.

“Eso es una gran discriminación contra mí y las personas que se encuentran en mi situación”, afirma.

Su lucha explica, es para lograr cambios y acabar con un sistema donde las farmacias “se han coludido” para aumentar injustificadamente los precios de los medicamentos. Esto, dice, ha sido posible por la indiferente falta de regulación por parte de un gobierno “embriagado por los logros macroeconómicos”. Según Felipe, se habla de que ciertos médicos caen en la corrupción al aceptar boletos aéreos y otros beneficios de ciertas firmas farmacéuticas, a cambio de decirle a sus pacientes que compren el medicamento “de esta marca, y de ninguna otra”.

Es una combinación de factores que les han llevado a protestar en las calles y a no dejarse intimidar por la presencia de los militares que tantas memorias amargas revuelven en la mente de sus padres o abuelos.

“Somos las generaciones nuevas que hemos perdido el miedo. A los toques de queda, a los militares, no les tenemos miedo”, explica. “Yo creo en un cambio. En la medida en que el gobierno escuche, vamos a lograr muchas cosas”.

A Martín Cortés, de 16 años, no le preocupa que se le identifique por su nombre y apellido. Es también estudiante del Instituto Nacional, un colegio con un historial de rebeldía. En el 2006 y 2011 protagonizaron la llamada “revolución de los pingüinos”, una protesta contra la decisión de cobrar a los estudiantes la misma tarifa de transporte que a los adultos.

“En mi casa he tenido una educación diferente. Mi familia desde siempre ha sufrido vulneraciones a sus derechos”, explica este joven. “Un tío fue desaparecido durante Pinochet. Me han inculcado bastante sobre el sufrimiento del pueblo y todos sus sectores, incluyendo a los indígenas Mapuche”.

Los Mapuche son una etnia indígena que vive en el sur de Chile y Argentina y que ha luchado por preservar su identidad y cultura, frente a una sociedad que los desprecia y discrimina en la medida que rehúsan a integrarse a la modernidad.

Y así, armados con la dialéctica de izquierda que han escuchado desde que tienen uso de razón y empujados por las angustias de un futuro incierto, miles de adolescentes chilenos se han sumado a las protestas que han sacudido a la economía más estable de Latinoamérica.

La posición actual es que lo que el gobierno ha prometido hasta ahora es totalmente “insuficiente”. Las protestas amenazan entonces con seguir su camino hasta llegar a una profunda reforma del sistema chileno, que la dejaría con más parecido a Venezuela o Nicaragua.

Los sectores que simpatizan con el gobierno, reconocen que hay necesidades insatisfechas, pero ven detrás de las protestas la oscura mano de Venezuela y Cuba, promoviendo el caos en una economía que es el ejemplo a seguir para los que rechazan el “Socialismo del Siglo XXI”.

Entre ellos está el ingeniero comercial Juan Lehuedé, quien en un vídeo publicado en la página web de la organización chilena Fundación Nueva Mente, se pregunta quiénes están detrás del desastre que las protestas han ocasionado en Chile.

No concibe que la destrucción total de 19 estaciones del metro haya sido resultado de un espontáneo acto de una población enardecida. Son 95 por ciento concreto y hierro y materiales no flamables, explica. En su opinión, en ello y otros actos de violencia, hubo dirección y planificación .

“(Nicolás) Maduro y Diosdado Cabello esta semana se ufanan y se mofan, ríen públicamente por el éxito que han tenido en Ecuador y en Chile… con comillas… “las brisas bolivarianas”… y “nos va cada vez mejor de lo pensado”, son sus palabras y no las mías”, dice Lehuedé en su comentario. “A confesión de partes, relevo de pruebas, dicen los abogados”.

“Claro que nos alegra que haya una brisa bolivariana dándole una vuelta a toda América… Al paso que vamos se está convirtiendo en un huracán bolivariano que recorrerá toda la patria grande de América”, expresó el segundo del chavismo durante una concentración en Caracas.

Al diputado oficialista Gonzalo Fuenzalida, no le preocupan tanto las amenazas de más violencia de quienes afirman que o se cambia el modelo chileno o arderá el país. Estas revueltas, después de todo, ni son nuevas ni son únicas de Chile, sino de toda la región latinoamericana, afirma.

“Estamos en una crisis social y política y hay que hacerse cargo con las herramientas que tiene la democracia”, explicó el diputado oficialista. “Hay que tener apertura al diálogo con todos los sectores y eso significa estar abierto a la posibilidad de una nueva constitución y nuevos sistemas de salud y pensiones que están dentro de las demandas sociales”.

Lo que no se permitirá, explicó, es que una minoría violenta trate de imponer un nuevo sistema político sin pasar por las urnas.

“La democracia, por lo menos en Chile, no se ejerce por la calle ni tampoco por el Twitter, sino cuando los ciudadanos votan”, dijo. “Van a haber siempre grupos radicales que buscarán la violencia para imponer sus ideas. La mayoría sin embargo no cree en la violencia y finalmente va a triunfar la democracia y el diálogo, aunque eso se vea difícil en una primera etapa”.

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