Desde la entrada puedo percibir que este lugar posee algo mágico.
En el fondo se escuchan sonidos, gritos de gol, celebración. Tengo la impresión de que se juega un gran partido y me lo estoy perdiendo. ¡Tengo que entrar!
Cientos de cuadros forran las paredes con el retrato de la historia. Pelé es uno de los más populares. También está Mané Garrincha, el verdadero héroe de los brasileños. Pero este es solo el lobby.
Unas escaleras eléctricas me llevan al segundo piso, donde inicia todo y me espera el mismo Pelé para darme la bienvenida, en tres idiomas.
Al cruzar la primera puerta aparecen los ángeles. Así es como les llama el guía. Se trata de los grandes jugadores, los míticos, los que hicieron historia, colgando del techo del lugar, me parecen más fantasmas que ángeles, pero impresiona.
Paso a un cuarto enorme, interactivo, en donde puedo decidir ver, en grandes pantallas, las históricas jugadas que decidieron finales importantes. Como aquel penal fallado por el italiano Roberto Baggio en 1994 que prácticamente le dio la copa a Brasil, su cuarta.
Pero lo que viene realmente llega al alma. La histórica derrota de Brasil frente a más de 90 mil personas, en 1950, en el recién inaugurado estadio Maracaná, en Río de Janeiro, le saca las lágrimas a cualquiera.
En una sala espaciosa con una pantalla gigante podemos comprender el dolor que llevan dentro los brasileños luego de aquel gol del uruguayo Alcides Ghiggia, el 2-1 final… la cruz que todavía cargan los brasileños.
Luego, todavía entre sollozos, llego a un enorme balcón, justo bajo las gradas del que alguna vez fue el estadio del Corinthians, el club más popular de la ciudad.
De aquí salían las voces, los gritos, la algarabía y celebración que escuché al principio. Aquí es donde están los fanáticos, empujando a los suyos con cánticos y la fuerza que proviene de los inexplicable. Un balcón con cincuenta pantallas enormes que aparecen y desaparecen, que me hacen vivir, estar ahí, ser uno de ellos con el corazón pintado con los colores de la bandera de mi país.
Salgo y todavía estoy impresionado. Luego hay mucho más: juegos interactivos, futbolista de mesa, disparos con la pelota desde el manchón penal, y hasta la historia de los 19 mundiales jugados hasta el momento, acompañada por los sucesos mundiales correspondientes a ese año particular.
Este increíble museo del fútbol, inaugurado en 2008, y que cohabita bajo las gradas del Estadio Municipal Paulo Machado de Carvalho, es una parada obligatoria para los amantes del fútbol.
El recorrido que puede durar hasta dos horas termina aquí. Finalmente comprendo porqué se dice que los brasileños viven y respiran fútbol.
Prometo regresar.
En el fondo se escuchan sonidos, gritos de gol, celebración. Tengo la impresión de que se juega un gran partido y me lo estoy perdiendo. ¡Tengo que entrar!
Cientos de cuadros forran las paredes con el retrato de la historia. Pelé es uno de los más populares. También está Mané Garrincha, el verdadero héroe de los brasileños. Pero este es solo el lobby.
Unas escaleras eléctricas me llevan al segundo piso, donde inicia todo y me espera el mismo Pelé para darme la bienvenida, en tres idiomas.
Al cruzar la primera puerta aparecen los ángeles. Así es como les llama el guía. Se trata de los grandes jugadores, los míticos, los que hicieron historia, colgando del techo del lugar, me parecen más fantasmas que ángeles, pero impresiona.
Paso a un cuarto enorme, interactivo, en donde puedo decidir ver, en grandes pantallas, las históricas jugadas que decidieron finales importantes. Como aquel penal fallado por el italiano Roberto Baggio en 1994 que prácticamente le dio la copa a Brasil, su cuarta.
Pero lo que viene realmente llega al alma. La histórica derrota de Brasil frente a más de 90 mil personas, en 1950, en el recién inaugurado estadio Maracaná, en Río de Janeiro, le saca las lágrimas a cualquiera.
En una sala espaciosa con una pantalla gigante podemos comprender el dolor que llevan dentro los brasileños luego de aquel gol del uruguayo Alcides Ghiggia, el 2-1 final… la cruz que todavía cargan los brasileños.
Luego, todavía entre sollozos, llego a un enorme balcón, justo bajo las gradas del que alguna vez fue el estadio del Corinthians, el club más popular de la ciudad.
De aquí salían las voces, los gritos, la algarabía y celebración que escuché al principio. Aquí es donde están los fanáticos, empujando a los suyos con cánticos y la fuerza que proviene de los inexplicable. Un balcón con cincuenta pantallas enormes que aparecen y desaparecen, que me hacen vivir, estar ahí, ser uno de ellos con el corazón pintado con los colores de la bandera de mi país.
Salgo y todavía estoy impresionado. Luego hay mucho más: juegos interactivos, futbolista de mesa, disparos con la pelota desde el manchón penal, y hasta la historia de los 19 mundiales jugados hasta el momento, acompañada por los sucesos mundiales correspondientes a ese año particular.
Este increíble museo del fútbol, inaugurado en 2008, y que cohabita bajo las gradas del Estadio Municipal Paulo Machado de Carvalho, es una parada obligatoria para los amantes del fútbol.
El recorrido que puede durar hasta dos horas termina aquí. Finalmente comprendo porqué se dice que los brasileños viven y respiran fútbol.
Prometo regresar.