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Entre el cielo y la tierra


Aún la presencia de pequeños puestos policiales casi en cada esquina de la Avenida Paulista, muchas veces no consigue disuadir a los asaltantes.
Aún la presencia de pequeños puestos policiales casi en cada esquina de la Avenida Paulista, muchas veces no consigue disuadir a los asaltantes.

La policía está omnipresente lo que ha hecho que la situación de seguridad mejore respecto a lo que era hace pocos años.

Unos vuelan en costosos helicópteros para evitar los congestionamientos del tránsito y los problemas de seguridad, para llegar a reuniones importantes. Otros aceleran en las calles haciendo piruetas entre los automóviles, en motocicletas de todas las cilindradas, precios y colores, para llegar de un lugar a otro transportando desde pizzas hasta documentos importantes que serán usados en las reuniones no menos importantes.

Son apenas dos de las tantas caras que muestra Sao Paulo, la ciudad más poblada de América con casi 20 millones de habitantes, lo que la convierte a la vez en la tercera del mundo con mayor población. Una ciudad reveladora de la belleza de la imperfección, incapaz de dejar indiferente a nadie, sobrecogedora en su dimensión y también tocante en sus pequeños espacios.

Un buen ejemplo es el Museo de Arte Moderno de Sao Paulo, el MASP, en plena avenida Paulista. En el subsuelo, un pequeño restaurante es el refugio para grupos de jovenes profesionales llegados de todas partes a trabajar en Sao Paulo, la mayoría sin familia cerca. Es el punto de encuentro donde se reúnen a almorzar cada dia, repitiendo las historias de las grandes ciudades, encontrando en ese espacio un lugar donde celebrar cumpleaños y socializar como si de una pequeña aldea se tratara.

En las calles es otra historia. La seguridad, como en tantas grandes urbes es un problema.

La policía está omnipresente lo que ha hecho que la situación mejore respecto a lo que era hace pocos años, pero aún el problema persiste y aún en pleno distrito financiero los asaltos ocurren cada día.

Los robos “aqui pasan muy a menudo, es un problema y una preocupación permanente cuando estamos en la calle”, dice Griselda, una gaúcha que espera en el semáforo para cruzar la Avenida Paulista, mientras observa a la policía que mantiene detenidos a tres adolescentes que seguramente no pasan de 14 años, muy pobremente vestidos, y que acaban de robar en uno de los quioscos instalados frente a la sede de la Federación de Industrias de Sao Paulo, la Fiesp.

El lugar es muy conocido. Este mismo lunes allí estuvieron de visita el presidente brasileño Lula da Silva y su par colombiano Alvaro Uribe. El mismo lugar donde Al Gore realizó una conferencia hace una semana.

Los motoboys

La avenida Paulista ofrece además otra visión de la vida en Sao Paulo, la intensidad del tráfico, del cual los motoqueros son protagonistas indiscutibles. Sentado en un sofá a la entrada de un edificio, esperando para recibir un envío está Jocemir, 22 años, un motoquero o motoboy, que apenas acepta hablar sin cámara ni microfono enfrente, y que apenas dice: “hago esto por el momento, mientras busco otra cosa, aunque para alguna gente es un modo de vida”.

Incluso hay datos, que revela que los motoboys cada día enfrentan una suerte de ruleta rusa. Algunos dicen que mueren 2 motoqueros cada 3 días, otros hablan hasta de una muerte cada día. Lo cierto es que si a esa situación se le suma que desde hace un tiempo existe el servicio de mototaxi, entonces es otra vida en riesgo y las estadísticas bien pueden estar creciendo. Algunas de las soluciones, propuestas son mejorar los registros, la seguridad y construir motovías.

Apenas a unos metros de distancia, Fernando detuvo su coche y se bajó para ver la puerta del lado del acompañante, donde solamente queda un espacio vacío donde antes estaba el espejo retrovisor lateral. “Un motoquero me acaba de chocar y arrancar el espejo, es una locura lo que hacen”, concluye entre el enfado y la resignación.

Mientras tanto, el sonido de las aspas de uno de los 325 helicópteros que están registrados en Sao Paulo, y que está despegando del helipuerto de un edificio cercano, no llama la atención de nadie, es parte del sonido ambiente de la ciudad, como el de las bocinas de los motoqueros avisando a los automovilistas que van a pasar. Es parte de la vida en Sao Paulo, entre el cielo y la tierra.

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