No pasa una noche en el mismo lugar. Dice que prefiere moverse a diario para evitar que otros se vean perjudicados por su actividad política, pues cuenta que sus allegados han sido asediados por los cuerpos de seguridad solo por tener contacto con él.
El diputado Renzo Prieto estuvo cinco meses encarcelado en una de las sedes de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), un cuerpo policial señalado de 1.560 muertes en las zonas más pobres de Caracas, en 2019, y cuya disolución ha pedido la Alta Comisionada de Naciones Unidas Michelle Bachelet.
"Viví el hacinamiento en un espacio donde no tenía lugar para caminar o estirar las piernas. En promedio, podía dar 20 pasos al día. No podíamos distinguir el día de la noche. Simplemente, por el cambio de guardia, nos enterábamos que había llegado el nuevo día", contó el joven político tachirense a la Voz de América, una semana después de haber recibido un indulto de parte de Nicolás Maduro.
Prieto fue una de los liberados recientemente en virtud de un decreto del gobierno en disputa de Venezuela, que concedió indultos a 110 personas, entre ellos presos políticos y parlamentarios opositores detenidos, en el exilio o en la clandestinidad. La medida ha sido cuestionada dentro y fuera de Venezuela, debido a que ha sido vista como un intento de Nicolás Maduro de "legitimar" las elecciones parlamentarias convocadas para el 6 de diciembre, y a la que la mayoría de la oposición se niega a participar.
El diputado contó que compartía con otras seis personas una celda, que según sus cálculos, no superaba los cinco metros cuadrados. Antes, entre 2014 y 2017, había estado en la prisión del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin), por lo que los barrotes no le eran ajenos.
En esta nueva reclusión -relata- no hubo castigos físicos como la primera vez que estuvo preso, pero lo que vivió le hace creer que "han trascendido los métodos de tortura", caracterizados por la presión psicológica.
"Los primeros días dormimos esposados a la cama en un calabozo. Pasamos dos días sin comer y yo me puse a sacar la cuenta de cuánto tiempo podía estar así. Algunos funcionarios nos decían que no íbamos a salir vivos si algo llegaba a pasarle al régimen de Maduro. Se nos permitía, en escasas oportunidades, ir al baño. Hubo momentos que íbamos cada cinco ó seis días. Llegué a pensar que no iba a salir, que lo que querían es que mi vida acabara", narra.
Sin embargo, Prieto afirma que se aferraba a la esperanza, a la religión y a sus seres queridos.
"Tenía que mantenerme fuerte, porque no sabía qué podía estar pensando mi familia de lo que me estaba pasando. Más allá de lo que yo he vivido y del temor de regresar a la cárcel, no podemos desistir en la lucha por salir de este régimen", concluye.