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Remesas ayudan a paliar pobreza e inflación en Latinoamérica


Una mujer sale de una tienda que ofrece servicios para enviar remesas a México y Centroamérica, en San Diego, el 11 de septiembre de 2020.
Una mujer sale de una tienda que ofrece servicios para enviar remesas a México y Centroamérica, en San Diego, el 11 de septiembre de 2020.

En México el 25 % de los hogares obtienen remesas, es decir, uno de cada cuatro. En Nicaragua, la mitad, según el Inter-American Dialogue, un centro de investigaciones de Washington

Sarah Salgado es madre soltera de tres pequeños. Salió casi a escondidas de Nicaragua y desde que llegó a Estados Unidos hace tres años envía dinero, ropa, medicinas y alimentos a sus padres y hermanos en su país de origen.

Lo hizo desde que consiguió su primer trabajo de asistente en un restaurante y lo sigue haciendo ahora que, aunque ya tiene su propio emprendimiento, sus ingresos se han visto impactados por la inflación.

“No es fácil mandar, pero cuando es con amor, no es sacrificio”, dijo Salgado, de 35 años, a The Associated Press. “Aquí la vida está difícil, pero tenemos la libertad de trabajar, cambiar de trabajo o hacer varios trabajos al mismo tiempo”, expresó la mujer en una entrevista telefónica desde su casa móvil en Pahokee, en Florida, a unos 145 kilómetros al noroeste de Miami.

Salgado es un ejemplo de lo que millones de inmigrantes latinoamericanos que viven en Estados Unidos hacen para ayudar a sus familias. Las remesas enviadas desde el exterior son claves para Latinoamérica y representan una fuente extra de ingresos para los hogares de bajos y medianos ingresos ya que contribuyen a satisfacer necesidades básicas, aliviar la pobreza, mejorar la alimentación y el acceso a la salud y la educación.

En los primeros nueve meses de 2022 -la última información disponible con respecto al mismo período del año anterior-las remesas a la región crecieron un 9,3 % a cerca de 142.0000 millones de dólares, el mayor alza a nivel mundial en comparación con otras regiones, de acuerdo con el Banco Mundial (BM). El mayor crecimiento, de un 45 %,se dio en Nicaragua, seguido por Guatemala, con un 20 % de aumento en las remesas recibidas; México, con un 15 %, y Colombia, con un 9 %.

Ese crecimiento, no obstante, sería inferior al 26 % registrado para todo 2021, un récord que no se observaba desde hacía una década. Para el próximo año el BM vaticina que el crecimiento de las remesas se desaceleraría a un 4,7 %, la mitad de este año, sobre todo por la caída de la actividad económica estadounidense.

“Las remesas tienen importancia clave en sustentar el consumo en los países receptores”, dijo a AP José Manuel Salazar-Xirinachs, secretario ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). “Su evolución cobra fundamental relevancia sobre todo en aquellos países de la región que son más dependientes de este flujo”, expresó. Como ejemplo mencionó a Centroamérica y Haití, que tienen los ingresos per cápita más bajos.

En algunos países de ingreso medio y bajo los flujos de remesas son mayores a la cantidad de dinero de las inversiones extranjeras directas y la asistencia oficial para el desarrollo, según la CEPAL. Representan cerca del 24 % del Producto Interno Bruto (PIB) en Haití y alrededor del 20 % en El Salvador y Honduras.

En Guatemala son el mayor aporte al PBI, casi el 20 %, seguido de las exportaciones y la inversión extranjera, dijo Guillermo Díaz, investigador de la Universidad Rafael Landívar. Allí las familias reciben entre 550 y 600 dólares por mes. Para unos seis millones de familias -de un total de 17 millones que reciben remesas- ese dinero es su principal fuente de ingresos.

En México el 25 % de los hogares obtienen remesas, es decir, uno de cada cuatro. En Nicaragua, la mitad, según el Inter-American Dialogue, un centro de investigaciones de Washington. El dinero que llega desde el exterior equivale al 60 % de los ingresos de los hogares receptores y, en promedio, es el 15 % de la renta de quienes lo envían.

Salgado huyó de su país por temor a su vida y cruzó la frontera de México con Estados Unidos con sus tres hijos de siete, cinco y un año en 2019. Al llegar a Florida pidió asilo y obtuvo un permiso de trabajo. Laboró en restaurantes y supermercados y durante la pandemia quedó en la calle hasta que le ofrecieron vivir en el depósito de una casa, con una cama para los cuatro. Ahora es socia de una empresa de asesoramiento crediticio y vende joyería por internet.

Como vive en una casa móvil paga un alquiler reducido y le alcanza para enviar entre 50 y 200 dólares cada semana o 15 días a sus familiares, según las necesidades que tengan.

Con ese dinero sus padres y tres hermanos pagan la electricidad y el agua y compran alimentos. Su mamá, de 70 años, está enferma de Parkinson; su papá, de 72, es carpintero y apenas tiene trabajo. Uno de sus hermanos maneja un taxi, el otro no trabaja.

“La gente está en quiebra, los precios super altos, no hay trabajo, sobreviven como pueden”, dijo refiriéndose a sus familiares en Nicaragua.

En general los inmigrantes que mandan remesas desde Estados Unidos son personas que ganan unos 30.000 dólares al año y la cantidad de los envíos varía según su costo de vida, explicó Manuel Orozco, director del Programa de Migración, Remesas y Desarrollo del Inter-American Dialogue.

En el caso de los mexicanos y centroamericanos la mayoría de los que envían dinero son hombres y mujeres de 39 años o menos que trabajan en la construcción y el sector de servicios, en restaurantes o limpiando casas. Los sudamericanos que ayudan con dinero a sus familias, en cambio, suelen ser algo mayores y tener trabajos más calificados y con mayores ingresos.

Sonia Arias, de 57 años, es una de las sudamericanas que envía remesas a su familia. Lleva un año y medio viviendo en Charlotte, Carolina del Norte, desde donde manda dinero regularmente a su natal Ecuador para mantener a su hijo. Tiene dos trabajos: uno como empacadora de comida para llevar y otro, en las tardes y noches, como asistente de una persona de la tercera edad.

En promedio envía unos 1.000 dólares mensuales con los que cubre los gastos de manutención de su hijo Kenneth, de 17 años, que vive en Quito. Las remesas de Arias pagan la pensión mensual del colegio en el que estudia el adolescente, las facturas de luz, agua, teléfono y el transporte y la vivienda.

“Los ecuatorianos creen que es el paraíso vivir y trabajar en Estados Unidos, pero la realidad es que acá una viene a sacrificarse, a sufrir”, reflexionó en conversación con AP. “A diario debes madrugar y pasar bastante tiempo en el bus y en el tren para llegar a los trabajos. No hay tiempo para otra cosa que no sea trabajar”, añadió la mujer que vive legalmente en Estados Unidos.

Para evitar que su hijo gaste el dinero sin control las remesas las recibe su primo, quien administra los gastos y se encarga de realizar los pagos. La mujer planea llevarse a su hijo más adelante a Estados Unidos mediante una migración regular.

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